Pirámide de la Luna: La historia y secretos del recinto arqueológico de Teotihuacán
- MONITOR
- 28 ago
- 4 Min. de lectura

(Agencia)
En el corazón del altiplano central mexicano, a unos 50 kilómetros al noreste de la Ciudad de México, se encuentra uno de los sitios arqueológicos más enigmáticos y monumentales del mundo antiguo: Teotihuacán. De entre sus muchas estructuras imponentes, la Pirámide de la Luna se alza majestuosa al final de la Calzada de los Muertos, dominando la ciudad sagrada con una presencia que evoca tanto misterio como reverencia. Esta pirámide, la segunda más grande del sitio después de la del Sol, ha fascinado a arqueólogos, historiadores y visitantes durante generaciones.
A diferencia de muchas otras ciudades prehispánicas cuyo legado quedó fragmentado por el tiempo y la conquista, Teotihuacán fue ya un enigma para los mexicas cuando llegaron siglos después de su apogeo. Le dieron ese nombre —que significa “lugar donde los dioses fueron creados”— y la consideraron una ciudad sagrada. La Pirámide de la Luna, en particular, era vista como un punto de gran importancia ritual, y su localización al pie del cerro Gordo parece responder tanto a razones simbólicas como astronómicas.
Hoy en día, este monumento es un destino turístico de relevancia mundial y un objeto de estudio permanente para la arqueología moderna. La Pirámide de la Luna no solo representa una maravilla arquitectónica, sino que también guarda en su interior capas de historia, creencias y prácticas rituales que ayudan a reconstruir la cosmovisión de la civilización que la erigió. A continuación, te contamos su historia, sus secretos y la riqueza simbólica que aún la envuelve.
La Pirámide de la Luna comenzó a construirse alrededor del año 100 d.C., aunque el proceso completo de edificación tomó varios siglos. De hecho, está formada por al menos siete etapas constructivas superpuestas, cada una más grande que la anterior, lo que sugiere que el monumento fue ampliado y modificado conforme la ciudad crecía y evolucionaba políticamente. Esta dinámica de crecimiento indica la centralidad del sitio en la vida ceremonial y social de Teotihuacán.
Durante su apogeo, entre los siglos III y VI d.C., la pirámide se convirtió en el núcleo ceremonial del norte de la ciudad. Diversas excavaciones han revelado que era el escenario de rituales importantes, como entierros dedicados a deidades, ofrendas humanas y de animales, y depositación de objetos valiosos. Estos elementos no solo ofrecen pistas sobre la vida religiosa de Teotihuacán, sino también sobre su organización política, pues indican una estructura de poder centralizada y teocrática.
La Pirámide de la Luna tuvo una función principalmente ceremonial. Se cree que en su cima se realizaban rituales religiosos vinculados al culto de deidades asociadas con la fertilidad, el agua, la tierra y la guerra. Entre estas divinidades destaca la Gran Diosa de Teotihuacán, una figura femenina que aparece en numerosos murales, vinculada al inframundo, las aguas subterráneas y la regeneración. Su presencia sugiere que la pirámide funcionaba como un puente simbólico entre el mundo terrenal y las fuerzas divinas.
Además, la ubicación de la pirámide y la plaza que tiene al frente —conocida como Plaza de la Luna— refuerzan su carácter de espacio cívico-ritual. Allí probablemente se reunían grandes cantidades de personas para participar o presenciar ceremonias. Algunos arqueólogos piensan que el diseño urbanístico mismo de Teotihuacán está organizado en torno a esta pirámide, lo que resalta aún más su papel central dentro de la ciudad sagrada.
La Pirámide de la Luna mide aproximadamente 43 metros de altura y se alza sobre una plataforma que le da mayor monumentalidad. Aunque es más pequeña que la Pirámide del Sol, su posición estratégica en el extremo norte de la Calzada de los Muertos le otorga una gran presencia visual. Su forma es piramidal escalonada, típica del estilo mesoamericano, y está orientada con precisión hacia el sur, en alineación con el eje principal de la ciudad.
El acceso a la cima se da mediante una escalinata central, y aunque en la actualidad no queda nada del templo que probablemente coronaba la pirámide, se sabe por otros casos similares que allí debió haber un pequeño recinto sagrado. Bajo las distintas capas de construcción, los arqueólogos han hallado tumbas de personajes importantes, probablemente gobernantes o sacerdotes, así como ofrendas compuestas por esculturas, obsidiana, animales y restos humanos, lo que sugiere una arquitectura pensada no solo para impresionar, sino para ritualizar el poder.
Desde el punto de vista simbólico, la Pirámide de la Luna representa la montaña sagrada, un arquetipo común en las culturas mesoamericanas. En la cosmovisión teotihuacana, las montañas eran lugares de contacto con lo divino y fuentes de agua, fertilidad y vida. Al estar situada justo frente al cerro Gordo, la pirámide parece imitar su silueta y continuar su función sagrada, como si fuera una extensión artificial del paisaje natural.
Además, su orientación y alineación con otros elementos urbanos sugiere una conexión con eventos astronómicos y calendáricos. Los rituales que allí se realizaban posiblemente tenían la intención de asegurar el equilibrio cósmico y la continuidad de los ciclos naturales. Por lo tanto, más allá de su imponente presencia física, la pirámide operaba como un eje simbólico que articulaba el universo religioso, político y natural de Teotihuacán.
Comentarios