Hera, la primera misión europea de defensa planetaria, vuela ya hacia el asteroide Dimorphos
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(Agencia)
La historia de nuestro mundo está marcada por miles de cicatrices de impactos cósmicos, testigos mudos de lo vulnerable que puede resultar la Tierra, y la vida que hay en ella, ante los 'caprichos' del Universo. Pensemos, por ejemplo, en la tremenda colisión de una roca de más de 10 km que, hace 66 millones de años, causó la extinción de los dinosaurios y de las tres cuartas partes de las formas de vida que había entonces. O en el mucho más reciente y aún misterioso evento de Tunguska, que en 1908 arrasó más de 2.000 km cuadrados de tundra siberiana, dejando bien claro que no se necesitan rocas gigantes para causar estragos en la Tierra.
Hoy, sin embargo, estamos empezando a dejar de ser meros espectadores pasivos, incapaces de defendernos de las amenazas que vienen del cielo. Hemos despertado y, por primera vez, tratamos de convertir la resignación en un lucha activa que se sustenta en una serie de planes y estrategias coordinadas a nivel global, algo que hemos dado en llamar 'Defensa Planetaria'. Un cambio de mentalidad que supone, en definitiva, uno de los desarrollos tecnológicos, políticos y sociales más significativos de nuestra era.
Así, en apenas unos años hemos logrado construir una red global de 'ojos en el cielo' y desarrollar tecnologías que, hasta hace poco, habrían parecido pura ciencia ficción. Pero esta evolución no es solo un logro científico, sino un testimonio que recalca la importancia de la cooperación global. La protección de nuestro planeta de las amenazas cósmicas se ha convertido, de hecho, en una cuestión de seguridad internacional, una tarea que ninguna nación puede abordar por sí sola.
El pasado año nos brindó una excelente oportunidad para poner a prueba nuestros jovencísimos sistemas de alerta y respuesta ante las amenazas espaciales . A finales de 2024, en efecto, el asteroide 2024 YR4 irrumpió en la escena. Con un tamaño estimado de entre 40 y 100 metros, este objeto fue inicialmente catalogado en el Nivel 3 en la Escala Torino de peligrosidad, lo que indicaba una posibilidad real de impacto que requería 'atención significativa' por parte de los astrónomos. Las probabilidades de colisión con la Tierra llegaron a un pico del 3.1% en febrero de 2025, lo suficiente para que la maquinaria internacional de Defensa Planetaria se pusiera en marcha.
«Fue ahí -explica Juan Luis Cano, coordinador del servicio de información de la Oficina de Defensa Planetaria de la ESA- cuando se pusieron en marcha los protocolos de IAWN (Red Internacional de Alerta de Asteroides) y SMPAG (Grupo Asesor de Planificación de Misiones Espaciales), ambos de Naciones Unidas, y los dos funcionaron a la perfección».
La IAWN, una red virtual global creada en 2014, coordina la detección, monitoreo y caracterización de objetos cercanos a la Tierra (NEOs), y actúa como un centro de intercambio de información entre países. Su objetivo es 'mantener, apoyar y mejorar las instalaciones de observación terrestres existentes', 'desarrollar capacidad de búsqueda rápida en todo el cielo' y 'construir instalaciones terrestres para inspeccionar globalmente áreas más grandes del cielo'. El organismo es responsable de emitir alertas a las poblaciones en caso de que los objetos en ruta de colisión vayan a tener efectos que lleguen al suelo, con un umbral de advertencia del 1% de probabilidad de impacto para objetos de más de 10 metros. En el caso de 2024 YR4, la IAWN coordinó activamente las observaciones.
Como complemento a la IAWN, el SMPAG, también creado en 2014, está compuesto por agencias espaciales y oficinas de 19 países miembros, y se encarga de preparar una respuesta internacional coordinada ante una amenaza de impacto de NEO, cosa que hace intercambiando información, desarrollando opciones de investigación colaborativa y planificando actividades que puedan mitigar la amenaza. Su propósito es 'desarrollar actividades cooperativas entre sus miembros y construir consenso sobre recomendaciones para medidas de defensa planetaria'. Los protocolos del SMPAG establecen que la defensa terrestre debe empezar a planificarse cuando la probabilidad de impacto sea superior al 10% para objetos de más de 20 metros detectados con por lo menos 20 años de antelación. Y que la planificación de misiones espaciales debe comenzar cuando los objetos tengan más de 50 metros, sean detectados con 50 o más años de antelación y tengan, además, una probabilidad de impacto superior al 1%.
En el caso de 2024 YR4, la probabilidad de un impacto directo con la Tierra en 2032 se redujo drásticamente del 2.8% al 1.4%, luego al 0.16% en pocos días, y finalmente a un ínfimo 0.001%. Esta rápida caída, explicaron los expertos de la ESA, se debió directamente a la recopilación de más datos de observación, lo que permitió refinar los cálculos orbitales, reducir la incertidumbre en un tiempo récord y, en este caso, también el riesgo percibido, lo que evitó posibles desórdenes o escenas de pánico. Como resultado, el asteroide bajó del Nivel 3 al Nivel 0 en la Escala de Torino, momento en que la IAWN dio por terminadas sus actividades relacionadas con él.
En resumen, para Juan Luis Cano el incidente de 2024 YR4 es «un testimonio del buen funcionamiento de estos protocolos» y también de lo importante que resulta la cooperación internacional. Fue, de hecho, una auténtica 'prueba de estrés' para la infraestructura global de defensa planetaria. Una prueba exitosa y que refuerza la confianza en estos sistemas para futuras amenazas. Y es que, a menudo, el verdadero éxito de la defensa planetaria se mide por los eventos que no ocurren.
Huelga decir que la detección temprana es la piedra angular de cualquier estrategia de defensa planetaria. Sin saber lo que viene, de hecho, no podemos prepararnos para evitarlo. Es por ello que la nueva y poderosa generación de telescopios está transformando radicalmente nuestra capacidad de vigilancia y superando con creces las limitaciones de los sistemas terrestres tradicionales, que a menudo se ven afectados por el clima, la luz diurna y la presencia de puntos ciegos cerca del Sol.
Un excelente ejemplo, explica Cano, es el telescopio europeo FlyEye (Ojo de Mosca), actualmente en fase de pruebas en Matera, Italia, que representa un salto cualitativo en la capacidad de rastreo de objetos muy débiles. Pensemos en el ojo de una mosca, compuesto por múltiples lentes que le permiten una visión panorámica inigualable. Esa es la inspiración detrás del telescopio FlyEye, de la Agencia Espacial Europea (ESA), que el 24 de abril de 2024 vio su 'primera luz'.
El revolucionario diseño óptico de este instrumento divide la luz entrante en 16 canales independientes, cada uno con su propia lente y cámara, permitiéndole escanear vastas áreas del cielo en una sola noche con una eficacia asombrosa. Se trata, en esencia, de un sistema de alerta temprana, diseñado específicamente para la detección rápida de asteroides tenues y potencialmente peligrosos. En palabras de Cano, «FlyEye está en la etapa de testeo, en Matera, Italia, y será trasladado al monte Mufara, en Sicilia, en 2026. Ahí rastreará el cielo cada noche en busca de nuevos asteroides. Entrará en servicio a finales de 2026 o principios de 2027».
El número total de asteroides conocidos ronda ya el millón y medio, de los cuales, alrededor de 40.000 son NEOs (Objetos cercanos a la Tierra). Sin embargo, los científicos están más que convencidos de que esa es sólo la punta del iceberg. Millones de asteroides (entre ellos cientos de miles de NEOs) podrían, en efecto, acechar 'ahí fuera' sin que nadie los haya visto todavía. Detectarlos, es la misión principal de FlyEye, así como de los otros tres futuros telescopios del mismo tipo que está previsto instalar en diferentes partes del mundo para poder monitorear el cielo durante las 24 horas del día.
Mientras llega ese momento, el Fly Eye no estará solo. De hecho, está previsto que el telescopio europeo trabaje en estrecha colaboración con el Telescopio Vera C. Rubin, instalado al otro lado del Atlántico, en Chile.
Con su gigantesca cámara de 3.200 megapíxeles, la más grande del mundo, Rubin está preparado para realizar el censo más completo de objetos del Sistema Solar hasta la fecha. Baste decir que sólo en sus primeras siete noches de observación, ya detectó más de 2.100 asteroides nunca antes vistos, incluidos siete nuevos Objetos Cercanos a la Tierra. Se espera que, cuando esté totalmente operativo, el Rubin descubra millones de nuevos asteroides y alrededor de 100.000 nuevos NEOs.
En palabras de Juan Luis Cano, la sinergia estratégica entre ambos observatorios «aumentará entre tres y cinco veces la cantidad mensual de objetos descubiertos», lo que se traducirá en un mapa mucho más completo y preciso de las amenazas potenciales. Este esfuerzo conjunto subraya la importancia de la colaboración internacional en una tarea que, por su naturaleza, trasciende las fronteras.
Las misiones espaciales han sido, sin duda, las que han marcado un antes y un después en nuestra capacidad de desviar un asteroide. La misión DART (Double Asteroid Redirection Test) de la NASA, que impactó contra Dimorfos en 2022, demostró de forma concluyente la viabilidad del método de impacto cinético para alterar la órbita de un asteroide. Dimorfos, con sus 150 metros de diámetro, es representativo del tamaño de asteroide más probable que podría requerir una desviación. Tras el impacto de DART, el pequeño CubeSat que acompañaba a la misión pudo observar los efectos del choque apenas cinco minutos después, confirmando el éxito de la operación.
Complementando los resultados de DART, la misión Hera de la ESA, aunque con algunos años de retraso por motivos presupuestarios y con su llegada prevista para 2026, tiene como objetivo principal examinar en detalle los resultados del impacto. Una vez allí, Hera medirá la masa y la forma de Didymos (el asteroide principal de 800 metros) y Dimorfos, para luego proceder a un análisis más minucioso. Dos CubeSats realizarán observaciones independientes con sus radares y espectrómetros, e incluso aterrizarán en cada asteroide. Hera, por su parte, realizará sobrevuelos a menos de un kilómetro de distancia.
Los datos recopilados por Hera serán cruciales para extrapolar los resultados a otros asteroides, perfeccionando así las estrategias de desviación y permitiéndonos comprender mejor los límites de disrupción de estos cuerpos celestes. De hecho, el impacto de DART fue tan potente que estuvo cerca del límite de disrupción del asteroide, un dato vital para futuras misiones. Para Fuentes, ambas misiones, DART y Hera, «han marcado un antes y un después en Defensa Planetaria».
El espacio cercano a nosotros está lejos de estar vacío. Como se ha dicho, conocemos alrededor de 40.000 Objetos Cercanos a la Tierra (NEOs) pero estamos bastante seguros de que son muchos más. Y dentro de los NEOs, hay una categoría especialmente preocupante, la de los Asteroides Potencialmente Peligrosos (PHAs, por sus siglas en inglés), que se definen en base a dos criterios: una distancia mínima de intersección orbital con la Tierra inferior a 0.05 Unidades Astronómicas (aproximadamente 7.5 millones de kilómetros o 19.5 distancias lunares) y una magnitud absoluta de 22.0 o más brillante, lo que se corresponde aproximadamente con un tamaño superior a los 140 metros.
La peligrosidad de un asteroide, en efecto, no solo reside en su órbita, sino también en su tamaño. La energía liberada por un impactador depende de su diámetro, densidad, velocidad y ángulo de impacto. Así, con un km o más, tenemos a los 'asesinos de planetas', capaces de causar una catástrofe global e incluso la extinción de especies. Se cree que cerca del 90% de ellos ya han sido descubiertos y catalogados por los distintos programas de vigilancia. Sus grandes tamaños, de hecho, permiten detectarlos cuando aún están muy lejos y faltan incluso décadas para su llegada.
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