
"A mi hijo Gonzalo Isaías..."
Gonzalo Gabriel Estrada Cervantes
Bien dicen que la historia es implacable. El ejercicio del poder público tiene un
sinnúmero de líneas rojas que al rebasar se, ponen en entredicho el desempeño de
los gobernantes. La muerte del expresidente Luis Echeverría Álvarez a los 100 años de edad, ha sido marcada por la sombra más obscura de la desaprobación social, por su responsabilidad en los movimientos estudiantiles de 1968 y 1973.
Fechas catastróficas en la memoria del país, pues no se había tenido una represión del
gobierno hacia los estudiantes, como las ocurridas en esos momentos.
La memoria histórica registró esos hechos como los más sanguinarios dentro de la
oleada mundial de libertades políticas y sociales ocurridas en el mundo por el año
de 1968, y las postrimerías de los setenta.
Luis Echeverría Álvarez, vivió más de medio siglo encerrado, en la soledad de su
mansión, sabiendo del repudio de la sociedad mexicana en general. No tuvo el valor civil de reconocer ante la nación, esa responsabilidad que cegó la vida de cientos
de estudiantes que lo único que proclamaban era la bienvenida a nuevos aires de
paz y libertad.
Debe ser doloroso y triste ver transcurrir los años y ser tachado de genocida por todo un país al que gobernó, entre sueños de un socialismo y liderazgo latinoamericano.
Triste paradoja de un hombre que hasta los 50 años proclamaba la libertad, y terminó sus días en su propio encierro.
En otra historia más reciente, otro expresidente de la república, Enrique Peña Nieto,
quizá para evitar el encierro en su propio país, ha optado por el destierro. Una
histórica figura penal que significaba que le expulsaban de su país para que fuera
recibido en otro. Cuestionable o no el desempeño público y administrativo de Peña Nieto, resulta también paradójico que se ausente del país al que sirvió.
Debe de igual manera ser triste no poder transitar libremente por el país que le vio nacer sin ser alcanzado por reclamo social. El servicio público exige, desde cualquier
ángulo, un impecable desempeño y una incuestionable trasparencia.
Nuestros expresidentes debíeran ser ejemplos de decencia política, que arrastrasen con su figura a la sociedad entera para el logro del bienestar social.
El encierro y el destierro no debieran ser alternativas para quienes se les ha
otorgado la máxima responsabilidad política, como es la Presidencia de la
República.
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