Vladimir Putin no es Pedro el Grande: los agujeros negros y la guerra en Moscú
- MONITOR
- 27 jun 2023
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Carl Sagan, al sintetizar el concepto de agujero negro, decía que si en algún momento el hombre contara con las herramientas tecnológicas suficientes para viajar y adentrarse en uno de ellos, los conceptos de realidad y sentido común serían sometidos a una dura prueba. En las últimas horas, esa percepción cósmica se trasladó a Moscú: pocos saben con certeza qué sucede en cada eslabón del poder ruso y, sobre todo, cómo se podría salir de él sin consecuencias drásticas.
Cuando el viernes comenzaba a cerrarse, Yevgeny Prigozhin -jefe del Grupo Wagner- encabezó una rebelión que prometía terminar con uno de sus principales enemigos, el ministro de Defensa ruso Sergei Shoigu. El capo contratista, acusado de todo tipo de atrocidades en el campo de batalla, marchó desde el comando sur en Rostov-on-Don y atravesó poblados sin padecer resistencia por parte de las fuerzas de seguridad oficiales. 24 horas después llegó a apenas 200 kilómetros de la capital pero resolvió detenerse.
Una supuesta intermediación entre Prigozhin, el dictador bielorruso Aleksander Lukashenko y el embajador ruso en Minsk Boris Grizlov, hizo rever al patrón de los mercenarios su decisión y emprendió la vuelta para sorpresa de todo el mundo. El “chef de Putin” dijo que concluía su misión porque quería evitar el derramamiento de sangre rusa. Prigozhin, el magnánimo.
Es incierto el número de combatientes que marchaban hasta la capital rusa -se habla de 25 mil-, pero las columnas eran lo suficientemente poderosas como para comprometer la seguridad de las autoridades que allí estuvieran. Vladimir Putin, el hombre fuerte que decía controlar cada resorte del estado, por las dudas prefirió correrse de escena y volar a San Petersburgo. ¿Temía que nadie pudiera frenar a Prigozhin y que el socio al que hizo multimillonario con decenas de contratos por todo el mundo fuera también por su cabeza?
El comportamiento de Putin es sinuoso. Como sus decisiones. En la hora cero del amotinamiento wagnerita Moscú acusó a Prigozhin de traidor, delito por el cual podría ser ejecutado. En la presunta negociación con Lukashenko -de cuyas habilidades diplomáticas nadie tenía conocimiento- se avisó que los cargos contra el mercenario caerían y que podría disfrutar de un dulce exilio en Bielorrusia. El domingo fue de aparente tranquilidad y retiro de las tropas asalariadas que se habían alzado. ¿Qué le ofrecieron al líder mercenario?
Quizás perturbado por los laberintos cósmicos a los que se sometió en las frenéticas horas previas o por falta de precisión en los detalles de la tregua, Putin reflexionó. El lunes el Kremlin anunció que por la noche daría un mensaje a la ciudadanía que podría cambiar el destino de Rusia. Así de pomposa fue la presentación. En su alocución, el jefe de estado volvió a acusar a Prigozhin de traidor y anunció que se sometería a una investigación judicial. Los rusos continuaron con su vida y quedó flotando en el aire la sensación de que la expectativa no había sido colmada.
Pero la confusión puede ser aún más grotesca: el martes, apenas 12 horas después del discurso de Putin, se decidió lo contrario. Moscú ya no acusaría en los tribunales por traición al -de momento- enemigo público número uno de Rusia, sino que sólo se le exigiría que Wagner devuelva al ejército regular el armamento pesado en su poder. En varias ciudades rusas hay centenares de ciudadanos detenidos desde hace meses por ofensas tan graves como haber mostrado una pancarta en contra de la invasión a Ucrania. Un amotinamiento y amenaza de golpe parecería algo menor.
Si el sábado por la noche la imagen de Putin era la de un líder desdibujado y débil, el martes es la de alguien que ya no toma las decisiones más importantes del país. O las toma y cambia de acuerdo al ritmo de su ánimo.
Prigozhin es uno de los tantos Frankestein de Putin. Y durante la larga y sangrienta campaña en Ucrania, el “chef” había cuestionado infinidad de veces de manera humillante a Shoigu sin que el jefe de ambos lo llamara a la reflexión. Tras tomar Bakhmut -luego de diez meses de cruenta lucha y anunciar la salida de sus combatientes del terreno invadido- pensó que su momento político podría haber llegado.
Gritando que la marcha de la guerra hasta el momento era un absoluto desastre, Prigozhin finalmente capituló su avance hacia Moscú. Pero no está claro ni dónde está ni si efectivamente sus intenciones cesaron. Su avión privado llegó a Minsk, pero nadie vio al mandamás de los Wagner pisar tierra bielorrusa. Y él continúa blandiendo amenazas desde sus canales de Telegram, lugar donde forjó su popular infamia. Pronostica que estos meses habrá profundos cambios en Moscú. No avisa cuáles, eso sí. Pero la advertencia flota en el aire. Alguien no leyó la letra chica de la tregua.
Otro interrogante es cuál será el destino de Wagner. Esta corporación armada no sólo resultaba fundamental para los planes de invasión a Ucrania. Tiene presencia en varios países donde Rusia controla territorios, recursos naturales y gobiernos. En Siria, por ejemplo, ayudó a mantenerse en el poder al dictador Bashar Al Assad y se radicó. Pero en África tiene intereses mucho más redituables.
Wagner tiene tropas en Libia, Sudán, Mali, República Centroafricana, Kenia, Mozambique y Burkina Faso. También hay miembros de esos contratistas en Venezuela. En la mayoría de los casos protegen empresas mineras de capitales rusos y chinos. El régimen de Beijing está preocupado: si Wagner deja de responder al Kremlin y comienza a actuar por su cuenta podría afectar sus intereses. ¿Querrá Prigozhin quedarse con negocios de Beijing y Moscú?
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